jueves, 10 de mayo de 2007

Paris Hilton "Se acabó la fiesta"


Se acabó la fiesta


A la rubia heredera del imperio hotelero que lleva su nombre le llegó su tiempo en la sombra. Un juez de Los Angeles la sentenció a 45 días de cárcel tras violar su libertad condicional. En septiembre pasado la habían detenido por manejar ebria y le quitaron el registro. De celebrity del lujo y la fiesta… a tumbera de luxe.


Hace un tiempo, en algunas fiestas de sociedad muy pero muy chic, había un juego más divertido y chic todavía, llamado Dump your drink on Paris, que consistía simplemente en volcarle el trago encima a Paris y arruinarle un poco su vestido Dolce & Gabbana, o alguna marca así. Y si el cubito de hielo se iba por el escote trasero, y directo a su ropa interior –si es que la tuviera–, el score era doble. Bueno, si en breve lo jugaran las reclusas del Century Regional Detention Center, la cárcel de mujeres del condado de Los Angeles, donde ella irá a parar desde el 5 de junio y por 45 días, sería difícil pronosticar los resultados.
Porque sí, Paris Hilton, tan rubia, tan superheredera millonaria y party girl, tan flaquita y divina, a sus 26, va a prisión. La historia es más o menos así: en septiembre del año pasado, en Los Angeles, salió a manejar visiblemente borracha en su Bentley azul, y la policía la detuvo para hacerle el test. En enero, un juez la sentenció a tres años de libertad condicionada, una multa de mil quinientos dólares y la exigencia de que se presente sin falta a un programa de educación sobre el alcohol, al cual nunca fue. Ah, también le fue suspendida su licencia para conducir. No importa. El mes pasado Paris salió a manejar. Entonces, la cosa terminó en el juzgado.

Y no se podrá decir que lo hizo sin estilo. El viernes 4 entró diez minutos tarde a la Metropolitan Courthouse después de bajarse de un Cadillac junto a su abogado, Howard Weitzman –que defendió a Michael Jackson en su caso por abusar de menores–, su mamá Kathy, su papá Rick y un montón de tipos de seguridad vestidos de traje. En la audiencia, Paris lloró un poco y le lanzó el muerto a su publicista, Elliot Mintz –que trabajó con John Lennon y Bob Dylan– porque, al parecer, Mintz le dijo que estaba todo OK para conducir por motivos laborales. Mintz –que fue despedido por Paris a las pocas horas–, testificó a favor de su cliente, cosa que al tribunal le pareció de valor nulo. Ahí, el juez Michael Sauer le martilló 45 días y le ordenó que para el 5 de junio se presente a cumplir su sentencia o se atenga a las consecuencias. Indignado, Weitzman aclaró que por supuesto va a apelar, doña Kathy acotó que todo esto es un chiste y Paris, a la salida, frente a un montón de fotógrafos –algo así como la red carpet más concurrida de su vida–, dijo: “Esta sentencia es cruel y ridícula. Fui tratada injustamente. No me lo merezco”.

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Hace unos cinco años, ni sabíamos quién era Paris Hilton. Después se hizo famosa, no por hacer discos geniales, ser una gran actriz u otras cosas que demanden un poco de oficio, sino simplemente por ser obscenamente rica. Sentada encima de la fortuna de su familia –el imperio hotelero Hilton, que embolsa unos 400 millones de dólares al año, encabezado por su abuelo, Barron, que es el presidente de la corporación–, tras un par de años de modelaje más o menos exitosos, empezó a salir bastante por las ciudades top, para convertirse en una chica de moda. Todo esto no parece tan fabuloso, o tan loco. El click fue un noviecito que tuvo por el 2002, un tal Rick Salomon, que la filmó un par de noches mientras tenían sexo. Rick puso a la venta el video en Internet, y lo que era un momento íntimo de cualquier pareja se convirtió, bueno, en un video porno de la red, con Paris haciendo todas esas cosas que se hacen en un video porno. Fue un hit, nadie dejó de bajarlo, pero a la crítica especializada del género no le gustó demasiado: su performance les resultaba insípida y poco hot. Salió a fines de 2003, justo una semana antes del lanzamiento de The simple life, el reality show de Paris con su ex amiga Nicole Richie, lo que olió a movimiento publicitario algo burdo. Paris, lógico, negó la movida, y demandó a Salomon. Aun así, no era un mal puntapié inicial de carrera.

Pronto, el proyecto Paris empezó a crecer, a caballito de su programa, donde debía convivir y trabajar con campesinos y empleados estadounidenses promedio, y donde nadie terminaba de entender si era realmente tan tonta o se reía de toda esa gente proletaria desde su montaña de billetes. Más tarde llegaría su world tour fiestero y algo interminable: Nueva York, Las Vegas, Saint Tropez, Miami, etcétera, con bailes sobre mesas o caños tipo stripper. Sin ropa interior, con ropa interior. Da igual. Champagne, y más champagne. Tres perritos de raza pomerania, Dolce, Sebastian y Prince, y su chihuahua, Tinkerbell. Una tira de novios más o menos duraderos: Oscar de la Hoya, Leonardo DiCaprio, Chad Muska –prócer del skate–, el modelo Jason Shaw, Paris Latsis –griego, gran heredero y rico–, y Stavros Niarchos –griego, heredero más grande y más rico todavía–. Aunque el año pasado, harta de semejante secuencia, afirmó que iba a probar el celibato por doce meses. No obstante, a los cinco días la descubrieron a los besos con un amigo en Hollywood, donde también se la vio yendo de disco en disco con Britney Spears antes de que se internara.

Bien, Paris heredará un montón de dinero en algún punto de la historia. No dice cuánto, porque, según ella, decir cuánto vale una heredera “¡es de muy mal gusto!”. Esto, más otras tantas máximas para vivir la vida loca –como nacer en una familia fabulosa, mezclar fast food con caviar y tener guardaespaldas– están en su primer libro, Confessions of an heiress, que se puede combinar con su perfume, Paris, y su disco debut, llamado Paris también, que vendió unas 600 mil copias en el mundo. Por otra parte, están todas esas apariciones personales en eventos a los que no se va gratis. Paris, con su plan de la fama por la fama misma, se convirtió en algo muy lucrativo. En el 2003 ganó dos millones de dólares. Para 2004, seis y medio. El año pasado, unos siete. Y como a ella le encanta ir a bailar, se le ocurrió crear Club Paris, una franquicia de boliches con su nombre. La idea no está tan mal. Es decir, vamos, a cualquiera le gustaría irse de fiesta con Paris Hilton. El primero, en Orlando, fue un éxito. Sin embargo, Fred Khalillan, el empresario dueño de la marca, la despidió por no ir a su propia disco. Las noches decididamente trash no pican en Orlando. Saint Tropez suena mucho mejor.


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Paris, entre tantos hogares, como su actual penthouse en Manhattan, tuvo una suite del Waldorf Astoria en Nueva York cuando era chica. Por suerte, en el Century Regional Detention Center no se va a tener que medir con la más pesada del pabellón. Además de una población de lesbianas muy masculinas, el lugar cuenta con teléfonos a tarjeta, y celdas individuales de luxe con inodoro, mesita, banquito y espejo de metal pulido. También, una dieta sin caviar, carne de vaca o cerdo: puro pollo. Por suerte, a Paris le encanta el pollo.